Mary Shelley: la creadora de Frankestein y el verano que nunca llegó
El 30 de agosto de 1797, la escritora y filósofa inglesa Mary Wollstonecraft dio a luz a Mary Godwin, a quien el mundo recordaría a través de los siglos como Mary Shelley. Pero tan solo semanas después, la muerte irrumpió y a la recién nacida se le negaría todo recuerdo con su madre.
Mery quedó al cuidado de su padre, el también escritor y filósofo William Godwin, cuyas ideas liberales lo hacían destacar mediante afirmaciones como que “el matrimonio es un monopolio represor”, al tiempo que promovía las ideas feministas, seguramente un gran aprendizaje fruto de compartir la vida con una mente brillante como la de Wollstonecraft.
A pesar de las críticas de William en contra de la unión marital, cuando su hija tenía cuatro años, se casó de nuevo con Mary Jane Clairmont, una mujer a la que la pequeña detestaba y a quien siempre culpó de haberle apartado de su padre.
A pesar de una situación familiar un tanto compleja, Mary Godwin tuvo una excelente educación: contó no solo con la gran biblioteca de sus padres sino también con un tutor y una institutriz.
Godwin conoce Shelley
William Godwin había conseguido a alguien que se ocupe de sus deudas durante un tiempo, se trataba de Percy Bysshe Shelley, un joven que lo consideraba un mentor y con quien compartía el mismo grupo de intelectuales. Cuando el dadivoso muchacho y Mary, de 16 años, se conocieron, la historia cambió por completo para todos los involucrados.
Los enamorados evadían las miradas y se citaban en un cementerio. El escándalo se desató cuando Mary anunció a Percy que estaba embarazada, mientras que la esposa del “enamoradizo” joven también se encontraba esperando a su hijo. Ante esta delicada situación, los amantes decidieron escapar juntos, pero no solos, porque también los acompañaría Claire Clairmont, la hermanastra adolescente de Mary.
Los planes también mueren
Viajaron hasta Lucerna, Suiza, pero la falta de dinero hizo de la experiencia algo muy breve y bastante penoso. En tres meses regresaron a Inglaterra dispuestos a atravesar el rechazo, incluso por parte de William Godwin. Los tres vivieron durante más de un año en una relación de amor libre, y subsistían gracias a las rentas familiares de Percy.
Fue entonces cuando Mary sufrió un duro golpe que la sumergió en una depresión, y que se repetiría varias veces a lo largo de su vida: la muerte de su hija tras un nacimiento prematuro.
Otra vez la muerte se disfrazaba de vida para mirarla de cerca y acorrarla hasta gritarle en la cara que nunca la dejaría en paz. Todo ese impacto hizo que en su mente empezaran brotar los monstruos a los que el mundo conocería pronto.
En busca del verano
En mayo de 1816, Percy Shelley y Mary fueron al Lago Leman. Él creía que el clima soleado ayudaría a su esposa a levantarle el ánimo, que incluso estaba mejorado desde el nacimiento del segundo hijo de la pareja, William.
Pero el clima fue calamitoso y 1816 quedaría en la historia como “el año sin verano”. Ante esta situación los planes eran acotados. Uno de ellos era leer historias de fantasmas frente al fuego y, si bien el objetivo era que el tiempo pase, en la cabeza de Mary fue mucho más lo que pasó: algo estaba naciendo y tomaría forma en muy poco tiempo.
Crear vida
Uno de esos días de lluvia constante, surgió un debate sobre la naturaleza de la vida y la posibilidad de ser generada de forma artificial. Esa noche antes de dormir, Mary tuvo una visión: “Vi al pálido estudiante de las artes prohibidas arrodillado junto a la cosa que había creado. Vi el espantoso fantasma de un hombre tendido, y luego, por obra de algún potente mecanismo, mostró signos de vida y se agitó con un movimiento inquieto y antinatural. Espantoso como era; porque sumamente espantoso sería cualquier esfuerzo humano para burlarse del mecanismo estupendo del Creador del mundo”.
La historia se estructuraba y las experiencias de muertes y ausencias que Mary sufrió (y sufría) eran la base real de este relato desgarrador.
El resultado fue una novela que trascendería la historia como una mirada férrea y sensible sobre la muerte y la vida, la responsabilidad de la paternidad y las consecuencias pretender ser Dios: Frankenstein o el moderno Prometeo es la historia de un hombre atormentado que desafía a la propia naturaleza, crea un ser destinado a no tener lugar en el mundo, lo maltrata, rechaza su responsabilidad de creador y lo condena a la soledad eterna, sin darle siquiera el derecho a morir.
Frankestein ve la luz, pero desde las sombras
La novela se publicó por primera vez en 1818 de forma anónima, más tarde si autora explicaría esta decisión: “¿Cómo pude yo, entonces una muchacha joven, idear y explayarme en una idea tan horrible?”.
A pesar de ese sentimiento de horror, la segunda edición ya llevaba su nombre y en ediciones posteriores publicadas a partir de 1831, Mary sometió su creación a una revisión profunda para lograr “purificarla” de mensajes considerados perturbadores para la época.
Decir adiós y quedarse
No se puede entender a Mary sin comprender su desolador contexto, en el que la muerte nunca le dio tregua. Ni siquiera el año en que publicaba la obra que la posicionaría en la historia. En 1818, mientras los Shelley viajaban por Italia, su hijo William enfermó y murió, en 1819 lo haría también Clara, su tercera hija, y finalmente, en 1822 sufrió un aborto en el que ella misma estuvo cerca de perder la vida. Pero el año aún no había terminado: Percy Shelley desapareció durante una excursión en velero, y tres días después su cuerpo apareció en una playa de la Toscana.
La depresión volvió, pero esta vez para no irse más. Mary se fue de Italia junto a su cuarto hijo, Percy Florence Shelley, el único que llegaría a la vejez. Desde entonces se ganaría la vida con la escritura, pero su situación era precaria, tenía que ocuparse de ella y de su hijo, pero también ayudaba a su padre siempre endeudado, una costumbre que el señor Goodwin no perdía a pesar de los años.
El encuentro
Mary sufría síntomas cada vez más frecuentes de lo que su médico sospechaba que era un tumor cerebral mientras su salud se deterioraba. Finalmente, la muerte le permitió abandonar su papel de espectadora para convertirla en protagonista en febrero de 1851.
Aunque en vida fue una escritora conocida y desarrolló numerosas obras, fue Frankestein y su manera de abordar la existencia el legado que Mary Shelley obsequió a la humanidad, y que aún en 2025 continúa viajando en el tiempo con las mismas angustias que le dieron forma durante aquel año en que no pudo crear el verano porque estaba concibiendo un clásico.
