Mágica y eterna

Mágica y eterna

A 91 años de su nacimiento, su voz sigue siendo familiar, imaginamos su sonrisa y los personajes a los que dio vida habitan en todos nuestros recuerdos infantiles, y a veces, también en nuestra casa actual. Como sucede con algunos artistas que de tanto estar presentes en la vida de uno, se los termina queriendo como uno más de la familia, valga este homenaje a la “tía” María Elena Walsh.

Un primero de febrero de 1930, en Villa Sarmiento, una niña llegaría a este mundo para darle palabras que por siempre cantarán. Ordenados en forma de versos, o en prosa, esas palabras siempre cantan, de manera sencilla y sensible, y por eso hay quién la ha llamado el juglar de nuestro tiempo, aún 91 años después de su partida. Como Juan Derramasoles, Maria Elena cuenta cantando “lo que sucede y lo que no puede ser”, mientras juega con las palabras, con la simpleza de un niño y la sabiduría de una anciana.

Crear respetando, respetar creando 

Siempre cálida, la poesía de Maria Elena, acaso su mayor logro, se dirige a niños y adultos con la misma calidad, lo que demuestra un respeto enorme por el público infantil. Tal como cuenta ella misma en su autobiografía titulada “El cuento de la autora”: “Estas obras (y otras tantas que descarté) me costaron mucha paciencia, mucho fracaso, mucha borratina y mucho tirarme de los pelos. Pero si me hubieran salido con facilidad, es posible que ustedes, con la misma facilidad, las hubieran tirado a la basura”. Y quizás en este punto radique el secreto de su universalidad: considerar con enorme seriedad a los niños, y dirigirse con frescura a los adultos. En 1960, a sus 30 años, se publicó “Tutú Marambá”, su primer cuaderno de versos para el público infantil. Dice el autor cubano Antonio Orlando Rodríguez, que si éste fue, inicialmente, “un puente tendido hacia el niño, condujo también a la autora a otro territorio; le sirvió de credencial para introducirse, sin percances, en lo más recóndito y puro de un destinatario adulto urgido de que se le hablara con la llaneza y la tersura que ella reservaba para la infancia”. Ese saber identificarse con el niño que subsiste en el hombre, posibilitará que en su “Suma de poesía argentina” (Buenos Aires, 1970), el crítico Guillermo Ara exprese: “María Elena Walsh comunica una muy personal manera de relación con el mundo. Irradia una simpatía que prepara al lector a la gustación participada de su acceso al pájaro, al niño, a las grandes verdades que en ella aparecen despojadas de ceremonia y vanidad. Ha escrito mucho para niños y es en ella espontáneo y fresco hasta lo más maduro y sombrío del vivir”. Compositora, cantante, poetisa, narradora, periodista, dramaturga, antóloga, guionista de televisión, su obra ha trascendido las fronteras de Argentina para convertirse en patrimonio de los pueblos americanos, de la (y su) búsqueda de libertad, justicia, derecho a la vida, al trabajo, al amor. 

Ella, cuando casi una niña

La poesía de MaríaElena se había consagrado ya para adultos desde el temprano libro “Otoño imperdonable”, escritos cuando tenía entre 14 y 17 años. Una enriquecedora seguidilla de viajes y contactos con el mundo cultural de la época caracterizó esta primera etapa creativa. Se instaló una temporada en los Estados Unidos invitada por Juan Ramón Jiménez, y luego vivió por cuatro años en Francia, junto a Leda Valladares, su legendaria compañera de dúo. A través del dúo Leda y María (1951-1963) se abriría la oportunidad de explorar y conocer en profundidad el folklore argentino, y abrir las puertas a los primeros espectáculos infantiles: “Canciones de Tutú Marambá”, “Canciones para mirar” y “Doña Disparate y Bambuco”. En 1968 estrenó su espectáculo de canciones para adultos “Juguemos en el mundo”, que se constituyó en un acontecimiento cultural que influiría fuertemente en la nueva canción popular argentina, que ya venía conformándose desde el Movimiento del Nuevo Cancionero impulsado por músicos como Mercedes Sosa y Armando Tejada Gómez, el folklore vocal de grupos como los Huanca Hua y el Cuarteto Zupay, y el tango moderno con su epicentro en Astor Piazzolla. Una foto emblemática la muestra junto a Jairo y Julio Cortazar. Otra, en una mesa con Atahualpa Yupanqui, Astor Piazzolla y Mercedes Sosa. Nutrida, y nutriente, de esa generación, la Walsh publicó más de 20 discos y escribió más de 50 libros durante toda su carrera. Entre los artistas que difundieron el cancionero de María Elena Walsh se destacan el Cuarteto Zupay, Luis Aguilé, Mercedes Sosa,​Jairo, Rosa León y Joan Manuel Serrat. Asfixiada por la censura impuesta por la dictadura militar, en julio de 1978, en plena Copa Mundial de Fútbol, decidió “no seguir componiendo ni cantar más en público”. Paradójicamente, “Como la cigarra”, “Canción de cuna para un gobernante”, “Oración a la Justicia” y “Canción de caminantes” se volvieron símbolo de la lucha por la democracia. Al año siguiente, el 16 de agosto de 1979, María Elena publicó en el suplemento cultural del diario Clarín un artículo titulado “Desventuras en el País Jardín-de-Infantes”, título que en 1993 retomaría para un libro. “Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca, ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista!, estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo, y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: ¿Nosotros qué éramos…?”, dice en uno de sus fragmentos.

Pionera

Sé que ustedes pensarán
qué pretenciosa es la Juana,
cuando tiene techo y pan
también quiere la ventana

“La Juana”,Maria Elena Walsh, Juguemos en el Mundo (1968). 

Alguna vez María Herminia Avellaneda, María Luisa Bemberg, Susana Rinaldi y María Elena misma se dedicaron a explicar en los medios cómo el feminismo era algo más que el ataque de histeria de una sufragista que se tiró al paso de los caballos durante el derby inglés porque la causa necesitaba una tragedia. “Mantengo una actitud personal que llevo prendida con alfileres en un librito, ideas y sentimientos de que el mundo está mal repartido básicamente porque la primera desigualdad empieza con las mujeres”, dijo la Walsh, que la revista Alfonsina ponía en tapa bajo los titulares “La madre de todas nosotras”. Una década antes, en 1973, de cara al fin de la dictadura de Agustín Lanusse, publicó la “Carta a una compatriota” que, sin ir más lejos, comienza con un contundente deseo: “Querría empezar esta carta llamándote hermana, sea cual fuere tu edad y tu condición social”. Según la periodista Diana Maffía “Para ella su posición política ya era el feminismo, ya era la emancipación de las relaciones de poder naturalizadas, la salida del embrutecimiento programado del encierro doméstico, el reconocimiento de nuestros saberes y nuestra diversidad, y sobre todo el establecimiento de un “nosotras” que rompiera los muros que impedían un encuentro entre hermanas”. 

Épocas

Abuelos, padres y niños comparten su legado. La belleza de sus textos, cargados de ironía y ternura, humor y absurdo, nostalgia y alegría, se trasmiten hoy de generación en generación. Se alistan sus canciones en las plataformas de Youtube o Spotify, se reimprimen sus libros ejemplares. Algún trasnochado la acusó de inculcar pensamientos nocivos. Le respondió que sólo le interesaba que los chicos se animaran a jugar con el lenguaje, a abordar la realidad de una manera creativa. Que gozaran de una estética de la música y de la letra. “Los segundos y terceros sentidos vinieron después: es posible que a nivel inconsciente haya reflejado los problemas que se intuían en el país, pero no fue mi intención contrabandearlos en medio de la poesía. Además existe una diferencia clara: una cosa son las canciones y letras para chicos -con la lógica propia de esa edad- y otra, la infantilización del lenguaje y de las costumbres adultas”, explicó en una entrevista. Tantos años después, sus palabras, como su obra, sigue vigente.