Tesoro azoriano

Tesoro azoriano

31 mayo, 2020 0 By Pablo Donadio

Utilizado por los antiguos moradores del litoral brasileño, el garapuvú sigue siendo materia prima de las pequeñas embarcaciones de pesca, principal fuente de subsistencia de pobladores que habitan islotes, morros y la extensa mata atlántica.

En este mundo signado por la inmediatez y la hiperconexión, aún quedan redes tejidas a la antigua. Y el garapuvú, el mítico árbol de los morros brasileños, es su socio ideal. Desde el comienzo de los tiempos, y como característica distintiva del resto de las especies, el hombre modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Esencialmente pesquero, el pueblo que se desarrolló siglos atrás sobre las márgenes costeras del Brasil tuvo como aliado fundamental a un árbol, ni más ni manos. Conocido también como ficheira o guapuruvú, la madera de este árbol supo ser la materia prima indispensable para la vida y el comercio, en tiempos donde pocas cosas podían comprarse ya hechas. Desde los pobladores originarios a los azorianos, que llegaron a mediados del siglo XVIII desde las nueve islas del archipiélago cercano a Portugal, el garapuvú constituyó mucho más que una especie autóctona de la zona. Aún hoy (en algunos sitios bajo las formas y tradiciones de aquel tiempo), suele usarse en la construcción de embarcaciones pequeñas como canoas y kayaks por su ligereza y facilidad para el tallado. 

Mixturas

Florianópolis, capital del Estado de Santa Catarina, tuvo como primeros pobladores a los indios tupis-guaraníes, que habitaban en varias tribus y aldeas del área litoraleña. Cuando Brasil fue “descubierta” por los portugueses por el año 1500, los primeros colonos comenzaron a establecerse junto a esos grupos indígenas a los que llamaban carijós, sobre los márgenes del país. Pero fueron los inmigrantes azorianos los que verdaderamente le dieron una forma particular a gran parte de los 500 kilómetros de costa catarinense. A mediados del siglo XVIII su presencia en la región sur sería clave, y su interés el único presente sobre esas tierras: al resto del país y la región llegaban los explotadores coloniales de los ingenios azucareros (hasta fines del siglo XVI Brasil fue el mayor productor mundial de azúcar), y otros enceguecidos buscadores de oro y demás tesoros que las minas del continente poseían. “La sociedad colonial brasileña, subproducto del azúcar, floreció en Bahía y Pernambuco, hasta que el descubrimiento del oro trasladó su núcleo central a Minas Gerais”, relata Eduardo Galeano en un capítulo de Las venas abiertas de América Latina. Aquellos primitivos azorianos, en cambio, llegaron por una mejor forma de vida. “Las nueve islas del Archipiélago de las Azores estaban muy pobladas, entonces se hizo una lista con quienes querían viajar y se emprendió una travesía terrible. Algunos cuentan que duró tres meses, y tuvo como consecuencia el arribo de aproximadamente 6.000 personas, entre las cuales se destacaban los grupos familiares. De ellos hemos heredado las facciones físicas, la manera de comportarnos y un portugués muy cerrado”, cuenta Celia Cabezas Jaramillo, guía turística de Florianópolis. Desde 1747 y durante los ocho años siguientes, los azorianos se establecieron en pequeñas villas a lo largo del litoral, produciendo trigo y pescando, su especialidad.

Sobre la mata 

La pesca fue para esa población costera un alimento básico e indispensable. Ese destino sigue su curso aún hoy, ya que la zona es una gran proveedora de pescados y mariscos, y la mayor productora de ostras del país. Por sus calles abundan las casas con los elementos necesarios para entrar al mar, y las redes, cañas y carnadas están a la orden del día en cada playa. Muchos locales creen que nada de esto hubiese sido posible si la tradición pesquera no hubiera encontrado, además de condiciones marítimas destacadas, una forma simple de acceso. Por eso los habitantes que llevan a cuestas los relatos de sus generaciones pasadas, hablan del valor del garapuvú. Originario de las selvas brasileñas, su planta es un símbolo de la ciudad de Florianópolis. Caracterizada por impermeabilidad, liviandad y facilidad para el tallado (además de un rápido crecimiento que alcanza en pocos años unos 40 metros de altura) embellece con largas hojas parecidas a las del helecho la verde mata atlántica, el cordón de vegetación que viste morros y campos por doquier. Si bien la planta está presente en otros países del continente americano, su introducción ha sido básicamente como árbol de cultivo ornamental, ya que el uso y las condiciones climáticas varían mucho respecto de Brasil. “Aquí se usó mucho desde los comienzos por ser impermeable, algo fundamental para la construcción de botecitos y canoas. Gracias a su plasticidad y fácil moldeado, en pocos días se contaba con una embarcación”, señala Cabezas Jaramillo. 

Tierra de supersticionesYa sin el estigma de ser peregrino en tierras ajenas, el pueblo azoriano comenzó a cimentar un estilo de vida pacífico, con una importante devoción hacia la religión católica. Esa fe, expresan, los ha ayudado a superar los malos tiempos que han seguido a las muchas catástrofes naturales, como las permanentes tormentas e inundaciones que desmoronan morros y carreteras. Asimismo, su educación y respeto por los visitantes los ha convertido en excelentes anfitriones, a sabiendas de lo que el turismo representa para la región. Caminar las calles de Floripa implica encontrarse cada tanto con ellos, y si se es curioso, ahondar un poco en las creencias que los unen a la naturaleza. Entre las leyendas que envuelven a la isla y su porción continental se encuentra la enorme higuera de la plaza 15 de Noviembre. Cuenta la historia que la planta sobrevivió de un brote luego de ser trasplantada, y quien llega por primera vez debe dar tres vueltas completas bajo su copa. Si esto se cumple, el árbol mítico dará salud, dinero, y un pronto regreso a la tierra de los pescadores.