Tejido en la historia

Tejido en la historia

31 mayo, 2020 0 By Pablo Donadio

Apenas con una o dos piezas tejidas, y una abertura al centro, el poncho probablemente sea la prenda con más carga cultural del continente. Bajo esa simple confección yace una urdimbre de pueblos luchas e identidad que bien vale conocer.

“Entre la montaña y sus criaturas hay una especie de vinculación, una particular semejanza que se afirma en la magia de la soledad. El hombre respira y la piedra permanece inanimada, perro se desata el viento y entonces se uniforman las cosas y los seres, formando una sola unidad estremecida: cruje el pajonal como si fuera el aliento sísmico de la tierra, el pasto de la puna tirita su dorado frío, y se animan en la figura del pastor los flecos del viejo poncho…”.Atahualpa Yupanqui. 

Orígenes

Más allá de la moda de estos últimos años, el poncho ha estado presente en la vida del hombre de campo y montaña desde siempre, como un verdadero objeto de construcción social. Por eso es considerada por muchos historiadores una prenda de uso universal, arraigada en todos los continentes a leyendas que se remontan a la antigua África, las tierras griegas y romanas, los pueblos incas, mapuches, araucanos y pampas. Si bien los más conocidos por nosotros provenían de las provincias del NOA y el altiplano boliviano-peruano, según el tratado de “Etnología cultural”, publicado en París en el año 1934, el doctor Jorge Montandón asegura que la prenda se extendió hasta la Polinesia, hasta arribar al sudeste de Asia. Incluso en nuestro continente su presencia aparece también en hallazgos arqueológicos que establecen su empleo como complemento del ajuar funerario. Así modelos altoperuanos y paraguayos dan paso hoy a los singulares ponchos catamarqueños, tucumanos, salteños, santiagueños y cordobeses, reafirmando la identidad lugareña en colores, modelos y tipos de costura. Pero el pocho conforma también una curiosa idea de clase social para algunos sectores que se lo reapropiaron: para algunos tradicionalistas, llevarlo sobre los hombros o maniáticamente doblado en el antebrazo izquierdo constituye un incuestionable signo de patriótica argentinidad. Poco que ver tiene esto con los pueblitos o parajes donde hoy se sigue creando bajo la sabiduría de las manos y el telar. 

TiposHilados originalmente por mujeres que han heredo de sus ancestros el oficio, los ponchos van adquiriendo, misteriosamente, distintos significados. Primero afectivo, al crear una pieza que abrigue a la familia. Luego, y para la mayoría de las comunidades, el reflejo de una identidad tribal, una conexión más con su tierra y su cielo. Además de su forma de hilado, en épocas anteriores a las tinturas modernas, sus colores provenían (y aún lo hacen en algunos sitios) de raíces, hierbas, hojas y flores de distintos árboles, como la achira, el ceibo y la algarroba; de la cereza (caso del marrón oscuro), el piquillín (amarillo) o la remolacha (rosa),dando cuenta de la ligazón del hombre con la naturaleza. En todas las culturas sus formas y colores se correspondieron a su esencia, por eso se cuenta que desde la segunda mitad del siglo XVII los ponchos tejidos en las reducciones jesuíticas ya no reflejan la iconografía originaria: se les ha ordenado eliminar los signos (¿mágicos?) de la cosmovisión andina, como el águila bicéfala, algo horroroso a los cultos ojos europeos. La producción y el uso se centraban entonces en los ponchos conocidos luego como “a rayas”, tejidos en telar de pedal en los obrajes de la Compañía de Jesús, con hilos, sedas y lanas de vicuñas, ovejas, llamas y guanacos, y algunos cueros también. Al tener las provincias del Norte, Bolivia y Perú los animales de mejor lana, allí se obtenían ponchos de calidad, y los livianos, suaves e impermeables de vicuña eran los más preciados. A medida que se mezclan otras lanas de animales, las fibras engordaban en peso y abrigo, pero no siempre en calidad. En algunas excepciones locales y sobre todo en otros continentes, los “ponchos” requerían de pieles de cabra, oso, gato y tigre. Pero no sólo los materiales los diferenciaban, sino las formas de tejido y los dibujos: “a pala de telar”, “vichará”, “arribeño”, de “peinecillo”, “balandrán”, “patrio”. El poncho inglés, casi desaparecido a comienzos del siglo XX, estaba confeccionado por un paño de máquina sin tejer, estampado y de gran peso y tamaño, con flecos cortados a tijera, mientras el “calamaco”, rojizo y con lana de oveja o guanaco, llevaba guarda negra en el cuello y en su contorno. Colores y dibujos llamativos, figuras humanas o animales, y diseños con guardas de distintos tintes, iban marcando estilos y posteriormente modas. Una que adquirió fama internacional y aún se fabrica aunque ya no con lana de oveja criolla (la del mejor brillo con los años), fue el poncho “pampa”, introducido en las provincias centrales con la llegada de los pampas y araucanos, con el blanco y negro como estandarte y dibujos transmisores de su paisaje y cosmovisión, reconocidos hoy por la famosa “guarda pampa”.